miércoles, 22 de agosto de 2012

Jugando en red (Sobre demonios y recortadas)

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El juego online es un concepto relativamente reciente. El poder jugar con otra persona sin tenerla físicamente delante es todo un avance tecnológico que se ha convertido en un estándar y para algunos incluso, en una necesidad incuestionable.

Pero los más viejunos seguro que guardan el recuerdo de su primera vez como algo muy especial, casi mágico. De hecho, ese es mi caso y es que recuerdo con pelos y señales como sucedió todo.




Nos remontaremos a principios de los 90, en plena época del incombustible Doom, pero espero sorprenderos con el desenlace de esta historia que seguro que a más de uno le podrá resultar familiar.

Después del salto.






Doom de id Software. Ese juego del que poco queda por explicar y es que fue la revolución del género, pionero técnicamente y el que realmente impuso las primeras bases a pesar de que no fue el primero. En casa de mi amigo Jose, nos imaginábamos en plena 'flipada' como sería jugar a la vez a ese tremendo juego (con los años descubriríamos que se podría jugar en LAN). Tardes y tardes hablando e imaginando como recorreríamos los pasillos matando Imps, recogiendo munición para la recortada y avisándonos de si el área estaba despejada, sacando la cabeza tras los muros antes de salir a matar. Una fantasía que sonaba aún muy lejana.




Pasaron los años y esos niños iban creciendo. Internet era para unos pocos elegidos y los que tenían la suerte de navegar, lo hacían a una velocidad irrisoria, casi de broma. Yo empecé con un modem de 32k, en Arrakis (alguien se acuerda de la compañía?). Internet por aquel entonces era algo gigante, un mundo desconocido lleno de información mal apiñada en webs completamente faltas de diseño. Algo grandioso. 

Salió Diablo. Otro revolucionario que tuvo a toda una generación enganchada al ordenador, destrozando ratones a golpe de incontables clicks. Horas recolectando trozos de armadura y usando pergaminos mágicos para volver al pueblo a comprar pociones de vida. Tenía un modo online y mi módem de 32k pedía a gritos un encontronazo con las tinieblas. Así que entré con algunas dificultades  la red de Blizzard, un precario Battlenet. Un chat con gente creando partidas y diciendo tonterías. Entré en la primera que encontré. Me acordaré TODA LA VIDA.



Juro que no he maquillado la historia ni un ápice.

Ahí estaba con mi guerrero en medio del triste pueblo, hablando con el herrero. Un jugador con una armadura imponente se acercó a mí y me empezó a hablar. Recuerdo ese momento de nerviosismo, era una persona de verdad jugando conmigo a Diablo! Me ofreció su ayuda en forma de objetos descomunales y en unos minutos estaba cargado de un equipo demasiado poderoso para mi nivel 1. Me sugirió que lo acompañara al primer dungeon y no pude negarme.

-Espera, no te acerques, mira esto - me dijo.

De repente todo empezó a explosionar alrededor y todo caía preso de las llamas. Nunca llegué a ver ese hechizo antes (Infierno creo que se llamaba). Cuando pude reaccionar de nuevo, se dirigió a mí:

- Quieres ser tan poderoso como yo? 
- ir cfrd s... SI. - dije intentando escribir en orden esas dos letras.
- El camino no será sencillo y deberás realizar unos trabajos que pondrán a prueba tu lealtad - decía el tipo, roleando. - La primera es traer a la partida a algunos jugadores extraviados. Invéntate lo que quieras, pero que vengan solos. 

Las partidas eran de jugadores limitados, no recuerdo el número pero era muy escaso. Salí al chat y empecé a vender 'nuestra' partida. No recuerdo las artimañas que usé ni que dije para embaucarlos, pero no se me dio del todo mal y pude convencer a tres o cuatro jugadores que posteriormente me dirían de todo (malo, claro).

Para el que no lo sepa, cuando un jugador mataba a otro, podía recoger una de sus orejas como trofeo. El tipo del poder ilimitado ya tenía sus orejas y me volvió a llamar para entrar de nuevo a la partida. Esta vez estaba con un par de amigos más.

- Lo has hecho muy bien. Solo te queda superar una última prueba.- sentenciaba rodeado de sus aliados- Debes sacrificarte.

Era la primera vez que jugaba asi, por lo que no tenía claras las consecuencias de una muerte en el juego. Debo decir que no me lo pensé demasiado, estaba alucinado.

- Está bien, que tengo que hacer?
- Simplemente no te resistas. - Y descargó un poderoso ataque que acabó conmigo de un suspiro. Recogió mi oreja y me resucitó. - Ya podemos salir.

Otra vez en el chat y sin dejar de rolear me dió las instrucciones para obtener ese poder casi ilimitado. Entre ventas de alma y sacrificios de sangre, me pasó una dirección web con un programa para cheatear el juego. Sí, mi primera experiéncia fue con un cheater y de paso, me convertí en uno. 

Poco más seguí jugando después de aquello y no volví a ver a ese personaje. Jugar con trampas al fin y al cabo no es divertido. Pero nunca olvidaré la sensación que tuve ese día. Como aquel jugador tramposo crearía un recuerdo imborrable que guardaré para siempre.

Aunque esa fue mi primera vez y aunque fue espectacular, me quedaba con la sensación de que faltaba algo. Quería jugar con algún amigo.

Empezaron a nacer los primeros cibers, no tal y como los conocemos ahora. Por entonces jugar desde casa era la mayoria de veces un suplicio con forma de lag. Casi como si recuperáramos una parte de la esencia de los recreativos, nos reuníamos en uno llamado 'Netrópolis'. Hacían las llamadas 'sesiones golfas' en las que por un módico precio nos podíamos tirar toda la noche jugando, bebiendo y fumando (unos gamberretes de cuidado, vamos).

Plena época del pique de los FPS por excelencia, Unreal Tournament y Quake 3. Yo era Quakero. Sentado en mi ordenador asignado, iba a jugar en red por primera vez. Con una coca cola al lado y escribiendo nervioso uno de mis primeros nicks 'Crimson'.




Empezó la partida, no dejaba de correr por los pasillos mientras me encontraba a toda esa gente que estaba sentada a mi lado. Pero fue cuando me dí de bruces con el amigo de mi infancia, Jose, con el que soñaba jugando a Doom, apuntándome con su recortada. Parecerá peliculero pero nos quedamos mirando sin dispararnos, aparté la vista de la pantalla y me estaba mirando, sorprendido. Estaba seguro de que estaba pensando lo mismo (y luego me lo confirmó). Sonreímos, volvimos la cabeza al monitor y por fin, la experiencia fue completa. Un sueño que se cumplía años después. Estábamos jugando en red.


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